
Nada personal
Por Marco Zorzoli
¿En qué pensamos cuando vemos una película? ¿Por qué la elegimos? ¿Será por la trama?
¿Los actores? ¿El mensaje que creemos que nos arrojará? Tendríamos que tener cuidado al
responder estás cuestiones ya que allí, sigilosamente se esconde, preparado para tomar nota,
un gerente. Si. ¿Es decepcionante no? Después de tanto suspenso generado, el que aparece
resulta ser un aburrido hombre de traje haciendo su trabajo. Pero ¿Cuál es verdaderamente su
trabajo?
Los tiempos han cambiado y definitivamente la forma de consumir entretenimiento. Uno de los
máximos artífices, sino el mayor, de esta variación de perspectiva es la plataforma de
streaming Netflix, que a medida que iba escalando en los índices de popularidad y en el
mercado se presentaba con una imágen integra y renovada respecto a los contenidos
audiovisuales de ese momento a quiénes venía a despotricar. Netflix fue sinónimo de progreso
en la era del auge de los Blackberrys, pero con el tiempo, a la noble empresa el disfraz se le
soltó.
Podemos atribuir esto a dos razones. El aburguesamiento de una empresa que por
consecuencia genera más competencia y sufrió el año pasado su caída más abrupta de
suscriptores y del valor de sus acciones, por lo tanto se apuesta a lo seguro. Y la otra razón,
según mi criterio, la más factible, que se trata de un profundo estudio de mercado a lo largo de
sus años de bonanza en el que se apunta directamente al "espectador" para fabricar lo que
éste necesita en tiempo real, es decir, anticipándose a un supuesto pedido colectivo. Cómo
decíamos, se trata de un proceso de años moldeando un consumidor bajo diferentes
propuestas con fachadas progresistas que ocultan el conservadurismo más tradicional.
Para criticar los modos que emplea esta corporación, nos podemos dirigir hacia lugares
comunes como la tan previsible frase "está matando al cine". El cine no morirá nunca. Lo que
hace Netflix es, quizá orientar la conversación hacía este sitio tan banal. Es un hecho que el
tiempo dorado de las series es éste, y no podemos dejar de incluir a Netflix como un proveedor
indiscriminado de tiras, de allí seguramente proviene aquella frase, que si la analizamos
profundamente le podríamos hacer una modificación. Netflix ha generado una audiencia
impaciente; incapaz de soportar siquiera desarrollos extensos de personajes, adoptando la
superficialidad como bandera en sus diferentes productos. La generación "omitir intro" debe
tener las prioridades que la empresa genera para ser su público predilecto.
Lo que está matando Netflix es el rigor artístico. Otra de las etapas en la cocina corporativa es
la evangelización. Nuestro ávido gerente sigue de cerca el ánimo social que se manifiesta
explícitamente en las redes sociales, que sin dudas es un micro mundo, pero para eso está
nuestro ejecutivo sagaz interpretando el humor y puntos de vista mayoritarios. Luego nos
encontramos con la efusividad total ante el estreno inminente de un nuevo producto que fue
publicitado desde todos los medios posibles. El público ya eligió, es un éxito y además
quedaron cautivados ante un monólogo feminista de frases hechas actuales dicho por uno de
los personajes que está en el medio del robo a un banco. Nadie sabe porque, pero quedó
perfecto. De esta manera, Netflix se lleva consigo el apoyo de un colectivo tan significativo en
este momento, sin necesariamente compartir sus convicciones y tal vez lo más importante,
careciendo de alguna justificación narrativa que no sea más que gritar desesperadamente "ey
mírenos, nosotros también somos feministas". Además de tornarse perverso, es una utilización
descarada del movimiento en tono panfletario y evidente, circulando por la misma corriente que
la mayoría de sus producciones originales. El mensaje se susurra, y al expresarlo de esta
manera se transforma en algo redundante e innecesario.
Plantearse como lo políticamente correcto actualmente, también le cuadra perfecto a esta
empresa en tiempos de reivindicaciones y empoderamiento de las minorías. Tras los conflictos
raciales en Estados Unidos por el asesinato de George Floyd, la plataforma de streaming
eliminó un capítulo de la serie de comedia "Community" por la utilización de "blackface", la
técnica de maquillaje usada para representar a personas de color. Con la justificación de que
se trata de algo racista, sin demasiados análisis dieron de baja el capítulo de una comedia
creada diez años atrás. Todos en paz, sin conflictos y con el racismo erradicado.
Está claro que estás acciones son consecuencia de lo hecho por HBO al eliminar "Lo que el
viento se llevó", pero también es una práctica de la cultura de la cancelación que se ha llevado
puesto a obras y artistas, y Netflix no tardó en ver la oportunidad.
La fraternización con el espectador, es simplemente una de consumo y para que se convierta
en una situación cada vez más previsible se forma el perfil del consumidor. Netflix no está
matando al cine pero hace que éste agonice, con un público pasivo que se ha tragado la
supuesta libertad que ofrece la corporación al elegir el contenido según las pretensiones de
cada uno. Así termina sucediendo todo lo contrario, el algoritmo que contempla la plataforma
ubica siempre en primer lugar lo que la empresa desea que veas siempre y cuándo coincida
con los parámetros artísticos que propone. Desde las románticas de adolescentes de clase alta
con problemas de white people, que les salen perfectas, hasta un policial argentino con una
comisaría que se parece a un PH. Aunque lo último es otra cuestión más profunda.
Tarantino compara esta realidad con la experiencia de ir a alquilar películas, "había una
naturaleza diferente en el videoclub. Mirabas a tu alrededor, elegías cajas, leías las cajas por
detrás. Tomabas una decisión, y quizá hablabas con el de atrás del mostrador, y te
recomendaba algo. Y no ponía simplemente algo en tus manos, te la vendía un poco, hasta
cierto punto. Y el asunto es que invertías en algo, de un modo en el que no estás invirtiendo
con la tecnología electrónica cuando se refiere al cine". La sobreproducción de series y
películas puestas delante de tus ojos por un algoritmo ha provocado que la experiencia sea
rutinaria, y por lo tanto pasajera. Por eso Netflix a la hora de hacer ficción centra su mirada en
un consumidor más que en un espectador.
Completando su accionar despiadado, en los últimos días Netflix oficializó velocidades de
reproducción variables, es decir, cualquier película o serie se podrá ver en la velocidad que
desees. Al consumidor promedio moldeado a la merced de nuestro querido CEO, que se
encuentra deseoso por omitir introducciones, mirar series o películas y saltear los diálogos que
no interesan porque lo único que importa es la trama, llega la fórmula perfecta para combatir el
involucramiento. La idea es que consumas más en menos tiempo para que puedas seguir
consumiendo. Brillante. ¿A quién se le ocurrirá seguir colocando los créditos al inicio no?
Básicamente todas las falacias enumeradas de Netflix se escudan en la libertad, y eso es lo
más lamentable. La prestigiosa directora argentina Lucrecia Martel desenmascara las
oportunidades de trabajo que ofrece la empresa, "Siempre se confunden las oportunidades que
da el mercado con los espacios de trabajo y no es lo mismo, las plataformas estas están dando
trabajo, no están dejando que la gente trabaje exactamente. Quienes quieran trabajar en ellas
mucho se tienen que adecuar a un modelo narrativo", planteando su postura sobre cómo se
trabaja y cuáles son las condiciones, ejemplifica. "Se las cosas que hay en Netflix, pero en una
programación de 1000 títulos, por ejemplo, el 90% son idioteces, que no les importan ni a los
actores que las hicieron, ni al que escribió el guión que lo hace con vergüenza de que esté su
nombre ahí, ni al que la dirigió que cobra el cheque y sale corriendo".
La preocupación se suele generar no sólo por estas declaraciones tan desalentadoras, sino
también por el enfoque que tiene un planteo como este, si es que lo tiene, en los medios o en
nuestra sociedad. Entonces es en ese momento cuando florece el trabajo realizado por la
corporación que mencionábamos anteriormente. La crítica hacia una empresa millonaria y su
contenido es considerada elitista y pretenciosa por estos consumidores aleccionados y
confundidos por la doble moral de alguien que espera recibir una ganancia por lo que produce.
La omisión mediática también es trascendente. También es cierto que el único que permitió que
Scorsese realice su última película, ante la negativa de todos los estudios, fue Netflix. Pero no
es la prioridad. Cada día, sorprende más la cantidad de adeptos que defienden a una
multinacional sólo porque la consumen, aunque se clarifica conociendo el aprovechamiento por
el que han sido utilizados ellos mismos y sus ideas.
Inmersos en la era de la inmediatización, el arte se vuelve frágil, la rutina agobiante y la
preocupación cotidiana por las cosas que te rodean, te vuelven aún más frágil a los embates
conmovedores y simpáticos de la corporación progresista. La sobreestimulación constante
multisensorial hizo añicos nuestra capacidad de atención mientras que Netflix prevalece.
Aunque lo más insoportable, son las formas.
Atravesados por la corrección política y la solemnidad todo es una fórmula prefabricada y
pacata, a pedido del consumidor. Francis Ford Coppola dijo que sería imposible hacer en este
momento una saga como la de El padrino, debido a lo que conlleva realizar una saga
actualmente y por la imposibilidad de los grandes estudios de tomar riesgos para lograr tanto el
éxito artístico como el financiero.
A estos inescrupulosos nunca les importó el arte, y no hay nada peor que el capitalismo que se
disfraza de popular.